¿De dónde vendrá el café que nos tomaremos en 2050?

Para aquellos que no sepan o –más improbable– no recuerden quién es: Juan Valdez fue un icono de la publicidad de mediados de los ochenta, cuando, ataviado con su bigote, su sombrero de paja y acompañado de su burro, seleccionaba a mano los mejores granos de café maduros para que los compradores de una conocida marca cafetera pudiesen disfrutar del genuino e inigualable café de Colombia en su casa.

Claro que de eso hace mucho, así que es posible que hoy en día Juan Valdez esté ya jubilado. Me alegraría por él. Y más aún si, cansado de trepar por las laderas y pasear entre avenidas de árboles de café, se hubiese desprendido de su negocio para trasladarse a la costa colombiana a disfrutar de un soleado retiro. Porque, de otro modo, tendría que enfrentarse al disgusto de ver cómo su plantación se va empobreciendo como consecuencia del cambio climático.

De hecho, son varios los estudios e informes que en los últimos años han alertado sobre esta cuestión: desde el informe del IPCC de 2014 hasta el más reciente, a cargo de investigadores de la Universidad de Zurich, publicado apenas hace unos días. Y la conclusión es siempre la misma: de no mediar un abrupto cambio de tendencia, para el año 2050 se habrá producido una reducción muy significativa de las áreas que presenten condiciones idóneas para cultivar el café. Tan significativa como de más del 70%. Y no solo eso, sino que las regiones más propicias ya no serán las mismas, sino que se habrán desplazado.

El cambio climático afecta al cultivo (y producción) del café por dos vías. Una directa y otra indirecta. De forma directa porque el aumento de las temperaturas, el cambio en el régimen de precipitaciones y las cada vez más frecuentes olas de calor intenso y demás eventos extremos comprometen la producción al empobrecer las condiciones del terreno y dañar a los árboles.

Indirectamente porque el progresivo calentamiento favorece la expansión de plagas –y especialmente la del escarabajo barrenador, el mayor enemigo del café–; y, por el contrario, una disminución de la población y diversidad de abejas polinizadoras en su entorno.

Cambio de latitud

El rango de temperatura idóneo para el cultivo de la variedad Coffea arábica, que supone un 70% de la producción mundial, se sitúa entre los 18 y 21ºC. Por encima de esa temperatura, el desarrollo y maduración de la fruta se acelera, lo que compromete la calidad del café. Y temperaturas que ronden los 30ºC causan daños en la planta, amarilleando sus hojas y ralentizando su crecimiento.

Tal como recoge el referido informe del IPCC, la previsión es que para 2050 los territorios más adecuados para el cultivo se habrán desplazado tanto en latitud –a regiones situadas más al norte y por tanto más frescas– como en altitud.

Si en la actualidad las áreas más propicias se sitúan en la región tropical y subtropical y en terrenos elevados, entre los 600 y 1.000 metros por encima del nivel del mar; la predicción es que a mediados de siglo los terrenos más propicios en el cinturón tropical solo se encuentren por encima de los 1.000 metros en América y Asia y por encima a los 1.400 metros en África. Pero esta mayor altitud afecta de forma negativa a la cantidad y variedad de abejas polinizadoras, entre otros factores porque a mayor altura, menos masa forestal; y es en los bosques circundantes donde aquellas establecen sus nidos. La ecuación es sencilla: a menos masa forestal, menos nidos. Y a menos nidos, menos polinizadores.

Con respecto a la otra gran variedad consumida de café, el Coffea robusta, de menor calidad y que supone el 30% de la producción mundial actual, aunque soporta mejor las temperaturas elevadas, la predicción es similar: su producción se verá afectada y los mejores terrenos para su cultivo también cambiarán de localización.

De vuelta a nuestro protagonista, Juan Valdez no está solo en esta tesitura. El café es uno de los cultivos tropicales más importantes en volumen de exportación. Y, además, se estima que el 70% de la producción corre a cargo de productores minoritarios y que 120 millones de personas en todo el mundo dependen directa o indirectamente de dicha producción para su supervivencia económica. Una producción que se concentra en el llamado ‘Cinturón mundial del café’ que abarca toda la región entre trópicos.

Si la producción se va a reducir en un 70%, las cuentas sobre los millones de personas que van a sufrir de forma directa las consecuencias salen solas. Toca apretarse el Cinturón (y eso sin entrar a considerar que este va a cambiar de latitud). Y desde un punto más egoísta, los ‘coffeelovers’ también lo notaremos en un producto de peor calidad y a un coste más elevado.

Fuente: El periódico de la energía